viernes, 25 de abril de 2014

BAJO UN OLIVO

Es curioso que a la mayoría de las personas les guste rememorar tiempos mejores y siempre sean los de la infancia. Seguro que en este sitio se podrán leer mil y una cosas del pasado. A mí, por ejemplo, me encantaría ser pequeña otra vez, justo antes de llegar a los doce, para poder estar en los años más felices de mi vida.
Cuando uno es pequeño lleva la inocencia siempre encima, tan solo lloramos si nos caemos y en seguida se nos pasan los enfados y volvemos a sonreír. Esa mirada de inocencia y esa sonrisa de máxima felicidad es lo que echamos de menos, reír de verdad, ser feliz con tan poco y sentirnos tanto sin ser nada.
Pues bien, esos años tan felices tuvieron lugar ni más ni menos que en Teruel. No creáis que ha sido en la calle o en los montes, que perfectamente podría nombrarlos; sin embargo, quiero destacar mi colegio, la Fuenfresca.
De pequeños solo deseamos crecer e irnos de esas cuatro paredes que creíamos que nos aprisionaban y nos dejaban sin libertad pero… ¿Qué pensaríais si os dijera que mientras muchos pensaban eso yo no quería hacerme mayor ni irme de ese magnífico colegio? Estaba a gusto jugando a polis y a cacos, a fútbol, a baloncesto… y lo mejor de todo es que mi clase era como una piña, una clase totalmente unida desde los tres años, queriéndonos y picándonos, haciendo travesuras y dando algún que otro disgusto a nuestros padres…y gracias al colegio tuvimos la oportunidad de conocernos. Además, cuando estamos en el colegio, sin darnos cuenta, ya empezamos a crear alguna que otra ideología, pero de una manera inconsciente, casi imperceptible. Esto lo digo porque me gustaría destacar un olivo, un olivo que hizo que a cinco personas nos cambiara la manera de ver las cosas. Ese olivo llevaba plantado en el colegio, como poco, desde que nosotros, los de 1997, empezáramos parvulario. Siempre quedábamos en ese lugar tan especial y nos pegábamos ahí todo el tiempo que podíamos. Hasta que un día, nos dijeron que lo iban a talar; en ese momento, fue cuando nos surgió, sin darnos cuenta, nuestra primera ideología, respetar el medio ambiente, la naturaleza tan salvaje y encantadora que nosotros casi siempre la menospreciamos y destruimos. No sé si fuimos los causantes de salvar el olivo o no, pero ahí estuvimos, cuidándole sin tener mucha idea. Cada día íbamos con botellas de agua para regarlo, le dábamos abrazos, besos, pasábamos horas con él e íbamos siempre a pedir al director y a los profesores que no lo talaran. Así pasaron los días y los meses hasta que nos dijeron que no, que no lo talarían.
Ahora, con 17 años, cada vez que pasamos por nuestro colegio y vemos el olivo o simplemente nos quedamos hablando de nuestro pasado juntos, se nos ilumina el rostro, y por un segundo volvemos a ser esos niños sonrientes e inocentes.
Tamara Pérez (1º BCS)

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